A quién le conviene convencernos de que actuar con ética es imposible? A quién le conviene que asumamos que el que ‘no tranza no avanza’? A quién le conviene que nos resignemos a que nada puede cambiar porque todo está hecho y la corrupción, la falta de principios y el deshonor, nos han vencido?
A quién le conviene, a manera de descalificación, llamar ‘radicales’ a quienes pugnan por la ley, el orden y la transparencia? A quién le conviene tachar de idealistas, como si fuese un insulto, a quienes pelean día a día por la justicia, la verdad, la libertad y la igualdad?
A quién le conviene hacernos creer que la construcción de comunidad, de otro Quintana Roo y de otro México, es imposible?
A quién le conviene hacernos sentir derrotados anticipadamente, cada vez que surge la esperanza de hacer lo correcto?
A quién le conviene tenernos enfrentados y divididos; que nos miremos con suspicacia o franca desconfianza? A quién le conviene inmovilizarnos intelectual y físicamente para no pensar y no actuar? A quién le conviene desmotivar nuestra participación político-ciudadana, para callarnos y censurar la diversidad de pensamiento y de modos de ser y hasta de amar?
A quién le conviene mantenernos al fondo de la Caverna de la que hablaba Platón, para impedirnos salir y comprobar que hay otros mundos, otras formas y un sol que a menudo parece olvidado entre las penumbras en que nos pretenden sumir?
A quién le conviene tumbarnos los sueños, perfectamente posibles de alcanzar, y enterrarnos con ellos en la tumba de la mediocridad?
Hay quienes pensamos que a nadie. A nadie conviene que las cosas permanezcan como están, ni permitir que empeoren; a nadie conviene apostarle a la apatía, a la desesperanza, al miedo, al enfrentamiento, al odio y la sinrazón.
Inyectarnos el chip de “perdedores anticipados”, de “corruptos irremediables”, de indolentes y tramposos en la comodidad de la resignación, no conviene a nadie, ni a quienes han fomentado esos modos de ser y pensar que nos tienen en franca crisis moral y ética, como personas, como ciudadanos, como comunidad y como país.
Llorar nuestras tristezas solitarias en casa, nunca ha sido la vía para impulsar los cambios que necesita México, nos dijo recientemente en Cancún, el diputado independiente, Pedro Kumamoto.
El joven vino a presentar su iniciativa de “sin voto, no hay dinero”, pero también compartió una serie de reflexiones mucho más trascendentes, como la urgencia de unir los esfuerzos de esos y esas a quienes llaman radicales, soñadores, idealistas tan sólo por aspirar a mejorar lo que hay y lo que es.
Kumamoto vino a hablar de unidad para resistir, para participar; vino a hablarnos de la humildad para reconocer las limitaciones propias y poder sumar con otras y otros; para encontrarnos en ese camino de anhelos y saber que no se está solo tratando de hacer lo correcto, lo ético, lo digno, lo honorable; vino a compartirnos que la lucha por reconstruir al país y a este pedazo de patria que es Cancún y que es Quintana Roo, no es ni debe ser en solitario, porque a todas y a todos nos conviene soñar y tratar de alcanzar utopías.