La industria turística en México emplea a un promedio de 10 millones de personas. La mitad son mujeres y una quinta parte, jóvenes mayores de 24 años, según la Secretaría del Trabajo y Previsión Social.
En el país operan 22 mil hoteles con 850 mil cuartos, que para el próximo sexenio, sumarán 29 mil hoteles y un millón de habitaciones.
México atrae a 40 millones de turistas extranjeros al año, lo que lo coloca en el sexto país con mayor número de vacacionistas internacionales y si las cosas siguen como van y mejoran, captará 60 millones de visitantes, con una derrama promedio de 37 mil millones de dólares, desbancando a Italia del quinto peldaño del ranking mundial, conforme a los pronósticos de la Secretaría de Turismo.
En Quintana Roo la historia no es diferente. Las 100 mil habitaciones que operan en la entidad, junto con el grueso de la oferta turística dispuesta, son el complemento fundamental para los recursos naturales y arqueológicos que constituyen el motor real de la economía del estado, junto con el empeño de las y los trabajadores que hacen posible el liderazgo nacional e internacional de esta pródiga tierra.
Con todo lo anterior, claro que queda claro que “el enemigo no es el turismo”, tampoco lo es el crecimiento, pero sí -y cito textual- el enemigo es el crecimiento desordenado “en donde los intereses de los particulares se imponen sobre los intereses de la comunidad en su conjunto”.
La sentencia es de la subsecretaria de Turismo, Teresa Solis, quien para fundamentar sus palabras, pone el ejemplo de la zona continental de Isla Mujeres, con 13 mil cuartos autorizados, con licencias de construcción expedidas, pero sin la infraestructura suficiente para dotar de agua, electricidad, vialidades y demás recursos que permitan que la zona se ponga en valor y se genera una oferta de calidad.
La funcionaria federal admitió hace un par de semanas en la Ciudad de México, en el Foro Nacional de Turismo, que la velocidad de crecimiento debe atenuarse, a fin de garantizar la dotación de servicios públicos para que “el desarrollo sea desarrollo y no un crecimiento depredador”.
De ese tamaño es la importancia de la planeación y que los instrumentos de política ambiental y urbanos, sean eficaces y claros, sin atender a presiones de grupos de facto y especuladores de la tierra, en complicidad con funcionarios o legisladores que desoyen a los expertos.
De ese tamaño es necesario revisar, atender y acaso intervenir para corregir leyes como la de Asentamientos Humanos Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano, recientemente aprobada por el Congreso estatal.
Esa ley ha sido cuestionada por cuerpos colegiados, abogados, organizaciones e incluso funcionarios públicos, que siguen viendo en ella un generador de problemas y contradicciones jurídicas que afectarán, incluso, a los propios inversionistas, lo cual tendría que ser revisado antes de cometer un posible error, al publicarse en el Periódico Oficial.
En efecto, el enemigo no es el Turismo.