Hace más de cinco años, luego de analizar los hechos que iban suscitándose en México, una colega y yo teníamos la teoría de que se había puesto en marcha una suerte de maquinaria para exterminar a sectores de la población, sobre todo en condiciones de pobreza o de rebeldía ante el régimen, entendido como una extraña mezcla entre democracia y totalitarismo apenas en ciernes.
La verdad es que después de asustarnos, nos juzgábamos locas y abandonábamos la discusión. Sin embargo, a medida que pasó el tiempo, cada vez era más recurrente la preocupación ante los hechos y más evidente que no éramos las únicas en tocar el tema.
En 2015, el obispo de Saltillo, Raúl Vera, vino a Cancún y confirmó que deshacerse de un sector de la población mexicana era un compromiso presuntamente firmado con Estados Unidos, como parte de uno de los tratados que unen a ambas naciones. Nunca pude corroborar la veracidad de sus palabras, pero en los hechos, pareciera que no hay duda.
La semana pasada estuvo aquí el padre, Alejandro Solalinde, quien públicamente equiparó el trato que México da a las y los migrantes, con el trato que los alemanes dieron a judíos confinados y asesinados en el campo de concentración de Auschwitz.
Solalinde anticipó que nuestro país será, algún día, juzgado por lo que llamó, su propio “Holocausto” y agregó a la situación de migrantes, las desapariciones forzadas, las ejecuciones extrajudiciales, las extorsiones, homicidios, feminicidios, las fosas diseminadas por todo el territorio mexicano y la amplia gama de delitos que diariamente cobran la vida la población.
Más que una declaración tremendista o desproporcionada, las palabras del obispo Vera, como las del padre Solalinde, nos enfrentan a una realidad tan brutal y descarnada, ante la cual nos han anestesiado.
Sólo así, semi inconcientes o dormidos, se concibe cómo logramos levantarnos día a día, con plena normalidad, sabiendo del pozo en que nos han hundido criminales y autoridades que actúan igual que delincuentes o peor.
Cómo hemos normalizado la explotación sexual de mujeres e infantes, la mendicidad, el cobro por derecho de piso, la existencia de catálogos de droga y mujeres, distribuidos en taxis, bares y discotecas; el asesinato de un ser humano por día, la desaparición de personas, los abusos del ejercito o de la policía, la persecución y homicidio de periodistas o personas defensoras de los Derechos Humanos.
Cómo se puede conciliar el sueño y seguir, como si nada de esto pasara. Como si todo fuera lejano, en un planeta, incluso distinto al nuestro. Cómo hemos desarrollado una capacidad de evasión de una realidad que cada vez se acerca más a la puerta de nuestra casa, ante nuestra indiferencia cotidiana.
Si es verdad que somos mas los buenos, que los malos, dónde estamos y qué andamos haciendo para salir del trágico abismo en que seguimos cayendo. ¿Qué más tiene que pasar para hacernos reaccionar? Cuántas lágrimas alcanzarán a lavar la sangre de este país y quién o quiénes habrán de pagar y cómo, por este Holocausto mexicano, del que habla Solalinde.